Antonio Fernández Grilo (electo, 1906)

Retrato de Antonio Fernández Grilo por B. Maura, 1890. ©Biblioteca Nacional de España

letra C

Elección

5 de Febrero de 1906

Fallecimiento

9 de Julio de 1906

Antonio Fernández Grilo (electo, 1906)

Académico de número

Córdoba, 1845-Madrid, 1906

El poeta andaluz de «divulgada fama y popularidad notoria, pero de cierta superficialidad» (en palabras de Alonso Zamora) fue elegido académico el 5 de febrero de 1906; sin embargo, murió a los pocos meses y nunca llegó a ocupar el sillón C de la Academia.

Antonio Fernández Grilo nació en Córdoba el 13 de enero de 1845. Su carisma y sus dotes poéticas se vieron arropadas por el mecenazgo de la aristocracia cordobesa; su primer libro, Poesías, fue editado por el conde de Torres Cabrera en 1869. Años después se trasladó a Madrid, donde trabajó como redactor en El Contemporáneo, El Tiempo, La Libertad El Debate. Su maestría al recitar y su talento hicieron que corriera la misma suerte que en su ciudad natal; pronto fue apadrinado por la burguesía y la aristocracia madrileñas, que lo invitaron a sus fiestas sociales y veladas. Fernández Grilo era la estrella de aquellas fiestas, que amenizaba con su encanto y su poesía. Su carisma hizo posible que la propia reina Isabel II le costeara —como había hecho el conde de Torres Cabrera con su primera obra— la lujosa edición del poemario Ideales (París, 1884); también Alfonso XII lo trató con simpatía y le concedió una pensión vitalicia.

Algunos de sus poemas, como El Invierno, La chimenea campesina, La Nochebuena, El dos de mayo o El siglo xx, fueron muy populares en su tiempo; pero sobre todo lo fue Las ermitas de Córdoba (1880), que se incluyó en los manuales escolares para la enseñanza de la lengua y corrió de boca en boca durante muchos años.

A pesar de las alabanzas de cierto público, la crítica literaria no fue indulgente con Grilo; el propio escritor y académico José María de Cossío dijo en su obra Cincuenta años de poesía española (1850-1900) que la ajetreada vida social había eclipsado y ahogado el talento literario de Grilo y le habían hecho caer en la rutina y en la superficial palabrería.

También el académico y escritor Juan Valera se sumó a la crítica mordaz de la poesía de Grilo: «La Academia ha hecho una diablura en encargarnos de sujetar a la prosa los delirios y extravagancias que suelen pasar con el sonsonete y engañifa del verso», le decía a su colega y Manuel Tamayo y Baus en una carta fechada en Lisboa el 1 de mayo de 1881 en la que, además, aseguraba, jocoso, que la poesía de Grilo solo agradaba «a la mitad de las señoras de la high life madrileña» (La Real Academia Española, 1999, p. 106).

Antonio Fernández Grilo murió en Madrid el 9 de julio de 1906, seis meses después de haber sido elegido académico. Estas son las primeras estrofas de Las ermitas de Córdoba, que tanto tiempo recitaron los chiquillos en las aulas:

«Hay en mi alegre sierra
sobre las lomas
unas casitas blancas
como palomas.

Le dan dulces esencias
los limoneros,
los verdes naranjales
y los romeros».

(Las ermitas de Córdoba, 1880)

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