Juan José Herranz y Gonzalo

Imagen Juan José Herranz y Gonzalo

letra J

Toma de Posesión

13 de Abril de 1902

Fallecimiento

1 de Mayo de 1912

Juan José Herranz y Gonzalo

Académico de número

Murcia, 1839-Madrid, 1912

El escritor murciano ocupó la silla J de la RAE el 13 de abril de 1902 con el discurso titulado La realidad viviente de los personajes imaginados por Tirso de Molina. Le respondió su antiguo amigo Santiago de Liniers, quien describió a Herranz como un «poeta inspirado y sincero, castizo escritor y concienzudo dramaturgo» (p. 43).

Juan José Herranz y Gonzalo, conde de Reparaz, nació en Murcia el 29 de agosto de 1839. La mayor parte de su vida la pasó en Madrid, donde empezó a colaborar —ya de joven— en distintos periódicos de la época: El Eco del País (1865), Las Noticias (1865-1866), El Arte (1866), La Ley (Madrid, 1867-1868), La Gorda (1868) —donde escribió artículos satíricos— y El Estandarte —donde escribió sobre teatro y sociedad—. Más adelante, ya en la última etapa de su vida, publicó su poesía y algún artículo de crítica literaria en revistas como La Ilustración Española y Americana Gente Vieja. 

Como escritor, Herranz cultivó distintos géneros: la poesía, el teatro, la novela y la crítica literaria. Su poesía abordaba los acontecimientos del momento; por ejemplo, dedicó versos a la inundación de las vegas murcianas por el río Segura y a las decisiones del monarca Alfonso XII. Como dramaturgo, el murciano destacó por el éxito de su obra Honrar padre y madre, estrenada en el Teatro Español en enero de 1873. Igualmente aplaudida fue El capitán Centellas, convertida en zarzuela y estrenada en el teatro Apolo en diciembre de 1883.

Otros títulos que publicó fueron La Virgen de la Lorena —sobre la vida de Juana de Arco— (1877) y El árbol sin raíces, estrenadas ambas en el teatro del Circo, así como La mejor conquista (1875) y Madrid y sus afueras (1880), entre otros.

Juan José Herranz, que ocupó el sillón J de la RAE durante diez años, murió en Madrid el 1 de mayo de 1912. Tras su muerte, su obra literaria se sumió completamente en el olvido.

Su sucesor en la silla, Augusto González de Besada, lo recuerda de este modo en su discurso de ingreso en la RAE: «Excelente versificador, de estilo correcto y pulcro, delicado de sentimientos, consecuente en sus ideas, nobilísimo en la conducta, su nombre, demanda a un tiempo puesto de honor entre los buenos poetas y los más ejemplares caballeros» (La mujer gallega y Rosalía de Castro, 1916, p. 8).

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