Carlos María Cortezo

Carlos María Cortezo (1850-1933), abril de 1905. ©  Real Academia Nacional de Medicina

letra h

Toma de Posesión

9 de Junio de 1918

Fallecimiento

24 de Agosto de 1933

Carlos María Cortezo

Académico de número

Madrid, 1850-1933

El 9 de junio de 1918 ocupaba la silla h de la RAE el prestigioso médico Carlos María Cortezo con el discurso ¿Por qué, siendo la Medicina una noble aspiración al bienestar humano, al remedio del dolor y a la propagación de la vida, la literatura y el arte se han encarnizado en satirizarla? «Sed ingratos, motejadnos, satirizadnos y zaheridnos; no por eso hemos de dejar de curaros en el mal y de consolaros en la aflicción» (p. 94). La respuesta corrió a cargo del escritor y académico Juan Antonio Cavestany.

El doctor Cortezo nació en Madrid un caluroso 1 de agosto de 1850. Licenciado en Medicina en el Real Colegio de San Carlos (1866-1870), amplió su formación científica en París (1870) y estuvo siempre en contacto con los últimos hallazgos científicos europeos. Desde joven, su dedicación a la investigación médica fue absoluta; fue médico y decano de uno de los primeros hospitales modernos, el Hospital de La Princesa, que contaba con laboratorios de análisis clínicos e histopatológicos, y a lo largo de su carrera se ocupó, principalmente, de problemas relacionados con la higiene, especialmente con la higiene pública.

En 1878 fundó la Sociedad Española de Higiene y asistió a multitud de reuniones internacionales relacionadas con el objeto de su investigación. Como director general de Sanidad (1899 y 1902-1904), le tocó lidiar con dos momentos de crisis: la amenaza de extensión de la peste que se había presentado en Oporto (Portugal) y un brote de tifus epidémico sufrido en Madrid; con su actuación contribuyó de forma decisiva a sentar las bases de la modernización sanitaria en España e impuso, entre otras medidas, la vacunación antivariólica obligatoria y la práctica de la desinfección en casos de enfermedades infecciosas. Superada la amenaza de contagio, Cortezo creó el Instituto de Sueroterapia, Vacunación y Bacteriología, cuya dirección otorgó a Santiago Ramón y Cajal.

Además de su infatigable dedicación a la investigación y a la práctica médica, Cortezo participó en la vida política de la mano del partido conservador; fue ministro de Instrucción Pública (1905) bajo la presidencia de Fernández Villaverde; senador por Orense (1905-1907), consejero de Estado (1912) y miembro de la Asamblea Nacional Consultiva de la dictadura de Primo de Rivera (1927-1930). Además de miembro de la Española, lo fue de la Real Academia de Medicina, de la que también llegó a ser director en 1914.

En la bibliografía de Cortezo son abundantes los artículos en revistas científicas; publicó también libros sobre patología y clínica, así como numerosas traducciones de obras de medicina francesas, inglesas y alemanas. Además de su nutrida producción científica, Cortezo escribió, en varios tomos, sus memorias. El doctor, que había entablado amistad y había asistido a numerosas tertulias literarias de la época, conoció a destacadas personalidades políticas y literarias —como los académicos Campoamor, Zorrilla, Menéndez Pelayo, Pardo Bazán o Grilo— y los retrató en su libro Paseos de un solitario (1913), publicado en varios volúmenes. Perdida la vista, casi ciego, Cortezo «fué dictando a sus mecanógrafos, en la imposibilidad de escribirla por su mano, sus juicios e impresiones sobre las personas y sucesos […] y trazó una íntima y cálida visión del Madrid del último tercio del siglo xix con sus personajes políticos, rivalidades de partidos, tertulias literarias, fiestas de sociedad, escritores, financieros, artistas, etc.» (Tomás Navarro Tomás, El acento castellano, 1935, p. 9).

El doctor Cortezo, que había recibido el Toisón de Oro en 1930, murió en Madrid el 24 de agosto de 1933. Su sucesor en la silla h de la RAE, Navarro Tomás, recuerda en su discurso de ingreso que, «al pasear resignadamente su ancianidad y su ceguera por los parques madrileños», Cortezo se lamentaba «de no poder ver en la primavera los nuevos brotes de las plantas y de no volver a contemplar los paisajes de la Dehesa de la Villa y de Rosales, que para él no podían ser ya más que un recuerdo» (El acento castellano, 1935, p. 10).

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