Enrique Díez-Canedo

Enrique Díez-Canedo Reixa (1879-1944). © Archivo Histórico General del Estado de Sinaloa

letra R

Toma de Posesión

1 de Diciembre de 1935

Fallecimiento

6 de Junio de 1944

Enrique Díez-Canedo

Académico de número

Badajoz, 1879-Cuernavaca (México), 1944

El 1 de diciembre de 1935 ocupaba su asiento en la Academia el crítico literario, poeta y traductor Díez-Canedo con el discurso titulado Unidad y diversidad de las letras hispánicas: «La lengua española, nacida y desarrollada en la península, se trasladó en las naves de España al Nuevo Mundo, y, asentándose en sus dilatadas tierras, adquirió allí desarrollo paralelo al que lograba en la metrópoli» (p. 21). Tomás Navarro Tomás le dio la bienvenida a la institución y repasó, en la respuesta al discurso de ingresó, la vida y obra del nuevo académico.

Enrique Díez-Canedo fue una figura muy destacada en el mundo cultural y literario y entabló, a lo largo de su vida, una profunda amistad con artistas y autores entre los que destacan Unamuno, Juan Ramón Jiménez y Morena Villa.

Nacido en Alburquerque (Badajoz) el 7 de enero de 1879, se licenció en Derecho en Madrid en 1903 y ese mismo año se dio a conocer en el círculo literario con el poema Oración de los débiles al comenzar el año, premiado por El Liberal. A pesar de sus estudios, nunca ejerció como abogado sino que se dedicó, además de a la literatura y a la traducción, a la enseñanza Arte y Literatura. Su nombre como poeta adquirió un singular prestigio con la publicación de dos libros de versos propios —Versos de las Horas (1906) y La visita del Sol (1907)— y uno de versiones de poetas extranjeros, Del cercado ajeno (1907). Dirigió la revista Tierra Firme y colaboró como crítico de poesía en la revista La Lectura y como crítico de arte en el Diario Universal y en El Faro; publicó también artículos en la Revista Latina y la Revista Crítica.

En aquella época, de 1901 a 1911, amplió sus estudios de Literatura y Arte en París y fue tras las huellas de grandes poetas como Verlaine y Mallarmé. Durante su estancia en París publicó otros dos libros de versos, La sombra del ensueño, (1910) e Imágenes, del mismo año, así como su conocida antología La poesía francesa moderna. Antología ordenada y anotada por Enrique Díez-Canedo y Fernando Fortún (1913).

Al regresar a Madrid colaboró en distintas revistas y periódicos como España, El Sol, La Voz, La Pluma de Azaña y la Revista de Occidente y fue nombrado profesor de Elementos de Historia del Arte en la Escuela de Artes y Oficios y de Lengua Francesa en la Escuela central de Idiomas y compaginó, desde entonces, su labor docente con la actividad poética y la crítica literaria. En su obra se aprecia una clara y fundamental unidad del poeta, del crítico y del profesor: «Su espíritu crítico y su temperamento literario aparecen estrechamente compenetrados, tanto en sus composiciones poéticas como en sus ensayos y juicios críticos sobre obras de Literatura y Arte y en sus disertaciones de conferenciante y profesor» (Unidad y diversidad de las letras hispánicas, p. 46).

Gran conocedor de la literatura hispanoamericana, en 1927 emprendió el primero de los tres viajes que hizo a América; visitó como conferenciante Chile, Argentina, Uruguay, Brasil, Ecuador, Panamá y Puerto Rico. El segundo viaje lo hizo con la llegada de la República, como ministro de la Legación Española en Montevideo (1933) y como embajador de España en Buenos Aires (1936). El tercer viaje fue mucho más amargo; al terminar la Guerra Civil Díez-Canedo y su familia fueron desterrados a México, donde llegaron el 12 de octubre de 1938. Tras aquellos viajes verían la luz sus Epigramas americanos de 1928 y los de 1945, donde retrata, en verso, las tierras, los hombres y las costumbres de las regiones americanas.

En el exilio trabajó como profesor en el Colegio de México, donde despertó el ánimo literario de muchos jóvenes y siguió colaborando en numerosas revistas e impartiendo conferencias. Publicó, también, algunas obras como El teatro y sus enemigos, (1939), La nueva poesía (1941) o Juan Ramón Jiménez en su obra (1944).

Enrique Díez-Canedo —«el refinado gustador de la obra de arte de cualquier procedencia y avezado explorador de literaturas extranjeras» (Discurso de ingreso, p. 54)— murió en el exilio mexicano, en Cuernavaca, el 6 de junio de 1944. A su homenaje, celebrado en el Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México, asistieron numerosas autoridades mexicanas y casi toda la colonia española en el exilio. En España, sin embargo, su muerte pasó inadvertida, casi de puntillas.

Sus obras completas se reunieron y publicaron posteriormente, en el volumen Obras completas (1964-1965).

 

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