Fidel Fita (electo, 1917)

Detalle del retrato de Fidel Fita por Adolfo Lozano Sidro, 1913 (nº. Inv.:215). © Real Academia de la Historia (RAH)

letra Q

Elección

29 de Noviembre de 1917

Fallecimiento

13 de Enero de 1918

Fidel Fita (electo, 1917)

Académico de número

Arenys de Mar (Barcelona), 1835-Madrid, 1918

El historiador Fidel Fita, jesuita y director de la Real Academia de la Historia, fue elegido académico el 29 de noviembre de 1917; sin embargo, nunca llegó a ocupar la silla Q de la RAE, pues murió pocos meses después, en enero de 1918.

El padre Fita nació en Arenys de Mar (Barcelona) el 31 de diciembre de 1835. En 1850 ingresó, por primera vez, en la casa de los jesuitas de Aire-sur-Adour (Landas); desde entonces y durante más de veinte años recaló en distintas ciudades y colegios de la Compañía de Jesús. Antes de ser ordenado sacerdote en León en 1863, Fita estuvo en Nivelle (Bélgica, 1852) y fue profesor de Humanidades y Griego en Loyola (1853) y de Latín y Francés en Carrión de los Condes (Palencia, 1857). Gracias a su dominio del latín, del griego, del hebreo, del alemán, del inglés y del francés, el padre Fita se convirtió en uno de los mejores lingüistas de la Compañía de Jesús. Además de lingüista, una vez ordenado sacerdote comenzó sus estudios históricos en León e ingresó en 1879 en la Real Academia de la Historia, que dirigió desde 1912 hasta su muerte, en 1918.

Conocido por su pasión por el trabajo y por su incesante curiosidad, Fita acumuló, a lo largo de su vida, innumerables conocimientos y documentos. Orientado al estudio de la epigrafía romana, fue tal la correspondencia que llegó a acumular sobre ese tema que su archivo ocupó varias habitaciones de la casa que compartía con otros jesuitas en Madrid. «Sus costumbres austeras, su mismo aspecto exterior, le delataban como un incorregible asceta», escribe su sucesor en la silla Q de la RAE, Javier Ugarte y Pagés (La palabra, 1918, p.12).

Desde su llegada a Madrid, Fita se enfrascó en el estudio y en la investigación histórica dejando atrás el afán viajero que lo había acompañado durante los primeros años como jesuita; inmerso en el valor documental de los archivos que tenía a su alcance, Fita hizo que viajaran por él sus palabras y mantuvo una intensa y sedentaria correspondencia con otros estudiosos desde todos los puntos de España. «¡Con cuánta perseverancia, con cuánto celo, con qué vivo entusiasmo dedicaba horas y horas a la permanencia en archivos o bibliotecas o en su propia celda!» (La palabra, 1918, p.10).

Su producción bibliográfica, como sus intereses, abarca una enorme variedad de temas. Escribió innumerables artículos en revistas especializadas, sobre todo en el Boletín de la Academia de la Historia —donde publicó más de doscientos artículos sobre epigrafía romana—, y su laboriosidad fue ensalzada, entre otros, por el bibliófilo y académico Menéndez Pelayo. Fita historió la orden jesuita, los concilios toledanos, revisó las excavaciones arqueológicas de varios lugares y publicó, entre otras obras, la Epigrafía romana de la ciudad de León (1866), Restos de la declinación céltica y celtibérica en algunas lápidas españolas (1878) y Recuerdos de un viaje á Santiago de Galicia (1880).

El padre Fita —«que vivía en un mundo aparte, a donde no llegaban los ecos de las pasiones desbordadas»— murió en Madrid dos meses después de haber sido elegido académico de la RAE, el 13 de enero de 1918.  Volcado en el estudio de su celda y ensimismado en los legajos, así recuerdan al asceta y director de la Real Academia de la Historia sus compañeros: «Rara era la tarde en que los asiduos concurrentes a la biblioteca de la Academia de la Historia no le viéramos aparecer arrastrando los zapatos, torcida la teja, desgreñado de pelos y abundante su barba, hecha un mapa la sotana a fuerza de manchas y cosidos, y saludando con un “Buenas tardes", salidas destempladamente de su gangosa garganta» (La palabra, 1918, p. 12).

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