Francisco Javier de Burgos y del Olmo

Retrato de Francisco Javier de Burgos, litografía de Florentino Decraene (entre 1701 y 1800). © Biblioteca Nacional de España

letra R

Elección

7 de Enero de 1830

Fallecimiento

22 de Enero de 1848

Francisco Javier de Burgos y del Olmo

Académico de número

Motril, Granada, 22 de octubre de 1778-Madrid, 22 de enero de 1848

Fue elegido miembro honorario de la Real Academia Española en 1827, supernumerario en 1828 y de número en 1830 para ocupar la silla R, en sustitución de José Miguel de Carvajal y Vargas Manrique de Lara, duque de San Carlos. «La actividad académica de Burgos fue por entonces muy escasa. Pasó algún tiempo en Francia, cuidando de su salud. En España, y tras arreglar problemas familiares, vivió ya en manifiesta opulencia», afirma Zamora Vicente en La Real Academia Española.

Lingüista, historiador, escritor y político, Francisco Javier de Burgos y del Olmo ocupó, en su larga trayectoria profesional, cargos como el de prefecto de Almería (1809-1810); corregidor de Granada; secretario de Estado de Fomento (1833); ministro de Hacienda (1833); senador; consejero real, y ministro de la Gobernación (1846).

Nacido el 22 de octubre de 1778 en Motril (Granada), Burgos fue hijo de una familia de posición social acomodada. Con tan solo diez años ingresó en el colegio de San Jerónimo (Granada), donde llevó a cabo sus estudios eclesiásticos y estudió, desde muy temprana edad, Cornelio con notas, Ovidio con notas o Selectas de Cicerón.

Pronto mostró gran interés por el mundo literario, lo que, en contrapartida, le condujo al abandono eclesiástico. En 1797, al mismo tiempo que se estaba llevando a cabo su liberación eclesiástica, fundó un periódico con la intención de ganar algo de dinero. Durante esa época, parece que tuvo relaciones con la Corte y dedicó la mayor parte de su tiempo a escribir comedias que se publicarían más tarde.

En febrero de 1798 marcha a Madrid con el objetivo de conseguir, amparado en la fortuna de su padre y las amistades que tenía en la capital, un puesto en la Administración del Antiguo Régimen. Ya en la capital, consigue su primer contacto con la Administración y comienza a percibir la situación política por la que está atravesando España. Además, conoce a Meléndez Valdés, quien influye en la faceta literaria e ideológica del joven motrileño: «un pensamiento ilustrado avanzado, partidario de las reformas necesarias, alejado tanto de la caótica paralización de la Administración, que tuvo que soportar en la búsqueda de un puesto, como de la ruptura revolucionaria que se acercaba», afirma Juan C. Gay Armenteros en el Diccionario biográfico español de la Real Academia de la Historia (RAH). Con la caída del Gobierno, en el que estaba Jovellanos, abandona sus ideas de conseguir un trabajo administrativo y decide volver al hogar paterno (Motril), donde, finalmente, se casó con María de los Ángeles del Álamo (1806) y dedicó su vida a estudiar temas relacionados con la economía, la administración y la ciencia (desconocida en España en aquella época). Consigue también el puesto de regidor perpetuo, alguacil mayor de la Real Justicia de Motril y desarrolla su posición política de reformismo ilustrado.

En los tiempos de invasión francesa, el académico tuvo que «tomar partido» y, como ocurrió con un sector importante —por la calidad más que por la cantidad—, lo hizo a favor de la monarquía impuesta por los franceses (con José I Bonaparte en el poder). Así, en 1808, buena parte de los ilustrados formaron el núcleo del partido josefino, con el objetivo de conservar la monarquía y el reformismo como la vía más conveniente para el desarrollo político. «Para estos afrancesados, la monarquía de José I era una garantía de reformas y modernización del país. Azanza, O’Farrill, Llorente, Cabarrús, Meléndez, Urquijo, Sempere y Guarinos, Amorós, Lista, Salvador Miñano y Javier de Burgos fueron servidores de José Bonaparte», explica Gay Armenteros. Estos creían que la monarquía impuesta por José Bonaparte era la oportunidad perfecta para poner fin a la del Antiguo Régimen y construir un Estado de derecho.

En junio de 1810, Francisco Javier de Burgos y del Olmo fue nombrado subprefecto de Almería, labor que lleva a cabo con las ideas impuestas por los franceses. «El primer encargo que recibe fue requerir al ayuntamiento almeriense para la formación de una lista de vecindario con todos los datos de su estado y rentas; una información que serviría para el mantenimiento del Ejército francés», cuenta Armenteros. Asimismo, participó, como subprefecto, en un plan de reforma administrativa que consistía en la reestructuración de los ayuntamientos y «ayudó y protegió cuanto pudo a los perseguidos o humillados», señala Zamora Vicente. Finalmente, Francisco Javier de Burgos y del Olmo tuvo problemas de salud, por lo que pidió su traslado a Granada (1812), donde se encontró con una situación económica deficiente. Además, en Granada, presidió la Junta de la Subsistencia, aunque parece que no tuvo posibilidades de hacer casi nada al respecto.

Con la restauración de la monarquía absolutista de Fernando VII, Francisco Javier de Burgos y del Olmo consigue, gracias a su prudencia, reunir los testimonios necesarios para lograr el perdón, aunque todos los aspectos políticos adquiridos por parte de los franceses lo acompañarían durante toda su vida y, finalmente, se ve obligado a exiliarse en Francia, donde permaneció durante tres años con importantes problemas económicos.

En 1817 lo encontramos establecido en Jaén, desde donde «suplicó al rey la clarificación de su situación política. No encontró las facilidades que pensaba y su proceso de purificación duró casi dos años, pero a finales de 1819 estaba rehabilitado y en Madrid», afirma Gay Armenteros. Con todo ello, hasta 1820 no consigue paralizar su «confinamiento» político, al que se vio obligado por sus ideales afrancesados. Así, dedicó su vida y pluma a escribir la Miscelánea de Comercio, Artes y Literatura, publicación con la que dio la bienvenida a la esperada situación liberal que llegó con Riego. Fue entonces cuando Francisco Javier de Burgos y del Olmo logra volver a la militancia política, estando cerca del sector conservador del liberalismo y formando parte de la sociedad del Anillo de Oro.

Ya en 1823, con el restablecimiento de la monarquía absoluta, consigue su plena restauración como político al servicio del Estado. Debido al problema de la quiebra financiera (1823), el Gobierno de España manda a Francisco Javier de Burgos y del Olmo a París «para activar este empréstito tan necesario a la maltrecha Hacienda española», dice Gay Armenteros. En la capital francesa resuelve el problema económico a favor de la monarquía fernandina y envía a Fernando VII una Exposición, en la que da una valoración muy acertada sobre la situación española del momento. Asimismo, «pide la reconciliación política de los españoles, condición sin la cual no se saldría de la crisis, y naturalmente pide al rey una amnistía para facilitarla, y sugiere una nueva organización administrativa de la nación porque “hay una multitud de instituciones aplicables tanto a los gobiernos absolutos como a los representativos, tanto a los legítimos como a los usurpadores”», explica Gay Armenteros.

Gracias a la gran gestión llevada a cabo en París, Francisco Javier de Burgos y del Olmo es recompensado con la Cruz de Carlos III; «se le nombró subsecretario de la Junta de Fomento de la Riqueza del Reino. Es entonces cuando entra en contacto con la Academia Española», asegura Zamora Vicente; consigue un sueldo de 40 000 reales y varios cargos honorarios, como el de intendente de la Marina.

Con la muerte de Fernando VII (29 de septiembre de 1833), Francisco Javier de Burgos es nombrado, el 22 de octubre de 1833, ministro de Fomento con el objetivo de poner en marcha las reformas administrativas aprobadas por la reina María Cristina de Nápoles. El 30 de noviembre del mismo año se publica un decreto en el que se instaura la división territorial de España en provincias y otro en el que se establece a los subdelegados y funcionarios de Fomento que trabajarían en dichas provincias.

Aunque parece que lo que realmente necesitaba España entre 1833 y 1834, además de la reforma administrativa, era un cambio político encaminado hacia un sistema liberal. Así, se nombra a Francisco Martínez de la Rosa, el 13 de enero de 1834, como nuevo presidente del Consejo, lo que lleva a Burgos a dimitir, el 10 de abril de 1834, el mismo día en el que la reina sancionó el texto del Estatuto Real.

Con todo ello, se inicia un proceso de persecución política contra Francisco Javier de Burgos y del Olmo y se ve, nuevamente, obligado a exiliarse en Francia (1834). En julio de 1840 vuelve a Granada y a la vida literaria, pues ahí se dedica a escribir poesía, biografías de literatos y discursos políticos, siendo la tribuna del Liceo Artístico y Literario y la revista La Alhambra sus principales instrumentos de difusión. De los títulos publicados, sobresalen sus Ideas de Administración.

En 1843, lo vemos nuevamente en Madrid, donde, sin ningún tipo de éxito, intenta ganar las elecciones para ser diputado de las Cortes. Sin embargo, fue senador; presidió la comisión parlamentaria que decreta la reforma hacendística moderada, que, finalmente, se le atribuye a Alejandro Mon, y es nombrado ministro de la Gobernación en el gabinete Narváez entre el 16 de marzo y el 5 de abril de 1846.

Francisco Javier de Burgos y del Olmo fallece el 22 de enero de 1848, «seguramente con la satisfacción de encontrarse con un sistema político muy próximo a sus ideas, pero sobre todo con el placer estético, muy suyo, de oír en los últimos momentos de su existencia la lectura de los Evangelios en latín, “que me gustan más”», asegura Armenteros. Respecto a su obra, «su producción literaria está olvidada, pero debió de cumplir su misión de llenar el ocio de las gentes, hueco que el teatro ocupó plenamente durante el siglo», señala Zamora Vicente. 

Leer biografía completa Ocultar biografía
cerrar

Buscador general de la RAE