Juan Bautista Arriaza y Superviela

Juan Bautista Arriaza y Superviela

letra K

Fallecimiento

22 de Enero de 1837

Juan Bautista Arriaza y Superviela

Académico de número

Madrid, 27 de febrero de 1770-Madrid, 22 de enero de 1837

Fue nombrado académico honorario y supernumerario el mismo año (1814) y, en 1829, lo fue de número para ocupar la silla K en sustitución de José Vargas Ponce.

Diplomático y literario, Juan Bautista Arriaza y Superviela nace el 27 de febrero de 1770 en Madrid. Hijo de Antonio José Arriaza y Orejón, coronel y primer teniente del Regimiento de Reales Guardias de Infantería Española, y de Teresa Superviela y Letreri, azafata del príncipe de Asturias, Arriaza llevó a cabos sus estudios madrileños en el colegio de escolapios de Lavapiés y en el Seminario de Nobles. En 1782 ingresó en el Real Cuerpo de Artillería en el colegio de Segovia y, cinco años después (1784), pasó a la escuela Naval del Departamento de Cartagena.

A lo largo de su trayectoria profesional ha ocupado cargos como alférez de fragata (16 de marzo de 1790) en Toulon y Rosas; alférez de navío (25 de enero de 1794), época en la que sufre una enfermedad que le causa una miopía incurable, y, tras varias licencias, es ascendido a teniente de fragata (30 de enero de 1798), dos días antes de obtener su retiro.

«En 1794, aunque no abandonó la marina, en la que siguió hasta jubilarse, en realidad desapareció de ella y vivió entregado a faenas literarias y cortesanas», cuenta Zamora Vicente en La Real Academia Española. De hecho, sus primeros ensayos poéticos son de 1799, aunque hasta su jubilación no comienzan a verse, realmente, sus primeros trabajos literarios. En ellos, parece que abundan sus alabanzas hacia Godoy, motivo por el que se dice que fue electo como agregado de la embajada española en Londres. El 22 de enero de 1805 abandona la capital inglesa a consecuencia de la ruptura de relaciones entre España e Inglaterra y, tras conseguir una licencia, viaja a París, donde se establece entre marzo de 1805 y marzo de 1806.

Regresa a Madrid, donde permanece muy poco tiempo, pues con la invasión francesa se traslada a Sevilla, allí recupera su empleo anterior (4 de mayo de 1810). En julio del mismo año, termina viajando nuevamente a la capital inglesa para residir durante un año, hasta que recibe la autorización de volver a Cádiz el 14 de agosto de 1811. Fue nombrado el 17 de septiembre de 1812 oficial sexto de la primera Secretaría de Estado. En el transcurrir de ese período mostró gran apoyo al absolutismo fernandino y un continuo desacuerdo con las Cortes de Cádiz. Con la vuelta del rey se hace el 8 de julio de 1814 con la Cruz de Orden de Carlos III y con el cargo de oficial segundo de la primera Secretaría, aunque el 2 de febrero de 1818 presenta su dimisión. El 15 de abril del mismo año es nombrado mayordomo de semana del rey.

Con todo ello, su faceta de portavoz «casi oficial» del absolutismo lo deja apartado en el transcurso del Trienio Constitucional, tras el cual no recuperó ninguna de las actividades que llevaba a cabo con anterioridad. Eso sí, fue académico de honor de la Academia de San Carlos en Valencia, de la de Buenas Letras de Sevilla y formó parte, igual que su antecesor Vargas Ponce, de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde ingresó el 24 de mayo de 1824. Poco más se puede decir sobre Juan Bautista Arriaza, quien falleció en Madrid el 22 de enero de 1837.

Respecto a su obra, cabe destacar que «se reparte entre varios géneros poéticos: lírico, patriótico, polémico, satírico, cortesano», según afirma Didier Ozanam en la ficha de Arriaza incluida en el Diccionario biográfico de la Real Academia de la Historia. Algunas de estas piezas tratan hechos eventuales, como El combate de Trafalgar, El dos de mayo de 1808 o Himno a la victoria; en cambio, la mayoría de ellas están impulsadas por su afán absolutista, llevando a cabo una poesía de tipo «patriótico», como La tempestad y la guerra, Los defensores de la patria o Profecía del Pirineo.

A pesar de todo, parece que la crítica actual le reconoce cierta gracia satírica, aunque sus valores poéticos están posiblemente olvidados. «Se le considerará, sin embargo, como el testimonio de una actitud, de un comportamiento representativo de su debilidad por el sistema fernandino», indica Zamora Vicente.

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