Pedro Antonio de Alarcón

Pedro Antonio de Alarcón (1833-1891). Archivo de la RAE.

letra H

Toma de Posesión

25 de Febrero de 1877

Fallecimiento

19 de Julio de 1891

Pedro Antonio de Alarcón

Académico de número

Guadix (Granada), 1833-Valdemoro (Madrid), 1891

El escritor, periodista y político accitano ocupó la silla H de la Academia el 25 de febrero de 1877, tras leer su discurso de ingreso: Belleza, Verdad y Bondad en el Arte. El académico Cándido Nocedal le respondió en nombre de la corporación.

La vida de Pedro Antonio de Alarcón, quien nació el 10 de marzo de 1833, está llena de imprevistos, sobresaltos y aventuras, hasta el punto de parecer la vida no de uno, sino de varios personajes. Su trayectoria y su pensamiento dieron un vuelco tras el duelo a muerte que mantuvo con el periodista venezolano José Heriberto García de Quevedo en 1855, a los 21 años. Alarcón, tan antimonárquico y anticlerical en sus orígenes, terminó siendo, tras aquel encuentro, tan monárquico como beato y visitó, incluso, al papa en su viaje a Italia en 1860.

Alarcón comenzó sus estudios de Leyes en Granada, pero, obligado por su padre, volvió a Guadix a estudiar Teología. El despertar de su inclinación literaria durante esos años no fue un capricho, sino que, en palabras del propio escritor, fue «una fuerza interior, tan espontánea y avasalladora como la de la vida orgánica» y fue, también, un intento por huir, «por no quedar enterrado en Guadix». Con sus primeros ingresos por su colaboración en la revista El Eco de Occidente se mudó a Cádiz y participó, durante esos años, en el levantamiento de Granada contra el general O’Donnell. Lo hizo también con su pluma —bajo los seudónimos el Zagal y el Hijo Pródigo— y publicó, primero en el periódico granadino La Redención y más tarde en el madrileño El Látigo, crudos artículos contra el lujo del clero, el Ejército y la monarquía.

Los continuos ataques a la Iglesia y a la monarquía lo llevaron a comenzar una batalla, por entonces dialéctica, con José Heriberto García de Quevedo, que escribía en el periódico conservador El León Español. Los ataques trascendieron el papel y ambos acordaron enfrentarse el 13 de febrero de 1855 a ese duelo a muerte que cambiaría por completo la trayectoria y el pensamiento de Alarcón. Acudieron como testigos el entonces director de la Real Academia Española, Ángel Saavedra —duque de Rivas, y el académico gaditano Luis González Bravo. Pedro Antonio erró en el primer tiro y José Heriberto avanzó hasta colocarse a diez pasos de su contrincante. Mirándole a los ojos, el venezolano desenfundó su pistola como había hecho tantas veces con su pluma y disparó. El tiro, sin embargo, fue lanzado premeditadamente al aire; fue así como García de Quevedo perdonó la vida a su enemigo dialéctico. Al día siguiente, el hasta entonces anticlerical y antimonárquico Alarcón abandonó la dirección de El Látigo y dejó atrás, como atrás quedó aquel disparo al aire, el ímpetu revolucionario que le había caracterizado hasta entonces.

A partir de ese momento siguen siendo abundantes sus colaboraciones periodísticas en La Época, en su mayoría crónicas sociales y artículos literarios sobre viajes y costumbres.

Infatigable viajero, Pedro Antonio documentó cada uno de sus desplazamientos, tanto por España (Viajes por España Más viajes por España) como por otros países: Marruecos e Italia. En 1859, en uno de sus sorprendentes giros vitales, Alarcón se alistó como voluntario en la guerra de África con la intención de ser corresponsal de guerra y escribir cuanto viera; finalmente, además de como cronista, se alistó también como soldado.

Sus crónicas, publicadas en El Museo Universal, estaban ilustradas por el dibujante francés Charles Iriarte, del periódico parisino Monde Ilustré, y su buena acogida se tradujo en la publicación del libro Diario de un testigo de la guerra de África, cuyo éxito fue rotundo. Un viaje le llevó a otro y es que, gracias a las ventas del diario africano, Alarcón viajó por vez primera a Italia (1860-1862) pasando por Francia y Suiza. Su libro De Madrid a Nápoles, cuya popularidad fue similar a la del anterior, narra la historia del viaje y de la audiencia del escritor con el papa desde una óptica de ardiente fe cristiana y desdén hacia el racionalismo francés.

A su vuelta, Alarcón se dedicó durante trece años a la política en la Unión Liberal, el partido fundado por O’Donnell del que también formaba parte el académico Antonio Cánovas del Castillo. Con la intención de dar un nuevo aire a su vida, Alarcón abandona finalmente la política en 1873 y de dedica, de lleno, a la literatura hasta 1881. En 1880 publica la que será su obra más celebrada, El sombrero de tres picos. Después vinieron otras: La pródiga (1881); El clavo y El escándalo (1875), y El niño de la bola (1880).

La obra escrita tras su vuelta de Italia, de carácter realista y moralizante, será tan vilipendiada por la crítica como vitoreada por el público. El crítico Manuel de la Revilla, que añoraba sus narraciones breves y acusaba a Alarcón de pío y puritano, llegó a afirmar que el revolucionario Alarcón se había «cortado la coleta para dedicarse a reaccionario».

Debido a las críticas y al desprecio, a los 51 años Alarcón da el último giro a la trama de su vida y toma la decisión —como tomaría años antes de dejar el sayo revolucionario o alistarse a la guerra— de no escribir más novelas. Se recluye entonces en su finca de Valdemoro, donde se dedica a revisar y a documentar su obra hasta que, en 1888, es víctima de un primer ataque de hemiplejia, que le deja paralizado el lado izquierdo. En 1889, ya retirado de la literatura, Alarcón publicó la imprescindible guía para seguir su producción: Historia de mis libros.

Tres años después, el 19 julio de 1891, Alarcón muere a los 58 años en su casa de la calle Atocha en Madrid. Los principales periódicos dedicaron al que había sido uno de los grandes periodistas de la época emocionados artículos. Por donación de sus herederos llegó a la Academia un retrato del novelista, obra de Suárez de Llanos, así como un copioso epistolario.

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