Amalio Gimeno

Amalio Gimeno retratado por Joaquín Sorolla, 1918.

letra c

Toma de Posesión

5 de Junio de 1927

Fallecimiento

9 de Septiembre de 1936

Amalio Gimeno

Académico de número

Cartagena, 1852-Madrid, 1936

El 5 de junio de 1927 tomaba posesión de su plaza de académico el médico y político Amalio Gimeno con el discurso titulado La metáfora y el símil en la literatura científica: «Hay una literatura científica, frondosa, desbordante, de espléndida floración, que fatiga a las prensas, rellena las bibliotecas y se vierte a diario en la cultura del mundo» (p. 11). El académico Manuel de Sandoval le respondió en nombre de la corporación.

Gimeno nació en Cartagena (Murcia) el 31 de mayo de 1850. Se doctoró en Medicina y Cirugía en Madrid en 1874 y en 1875 obtuvo la cátedra de Patología General de la Universidad de Santiago de Compostela; en 1876 continuó con la misma cátedra en Valladolid y de 1877 a 1888 ocupó la de Terapéutica en la Universidad de Valencia. Aquella década fue la más prolífica de Gimeno desde el punto de vista clínico y científico, antes de volcar todas sus energías en su intensa carrera política. En 1877 publicó un Tratado elemental de terapéutica, materia médica y arte de recetar, que contenía las enseñanzas impartidas en su cátedra, e hizo frente a la epidemia de cólera que amenazaba Valencia y sus comarcas en 1885. Gimeno defendió, a pesar de los múltiples detractores, la vacunación masiva de la población.

En 1890 logró la cátedra de Patología General en la Universidad Central de Madrid y en 1891 se convirtió en presidente del Instituto Nacional de Bacteriología y de Higiene; fue también inspector general en la frontera francesa, cuyo trabajo consistía en asegurar las medidas necesarias para impedir la propagación de las sucesivas oleadas de cólera que amenazaban periódicamente el territorio español. También se responsabilizó del control sanitario de la frontera portuguesa durante la epidemia de peste bubónica que asoló la ciudad de Oporto (1899-1900).

Amalio Gimeno, que estuvo siempre ligado a los movimientos de regeneración social y de modernización científica, se sumó a las filas políticas a principios del silgo xx: ejerció como ministro de Instrucción Pública (1906 y 1911), de Marina (1913 y 1917), de Estado (1917), de Gobernación (1918) y de Fomento (1919). Fue también presidente de la Junta Superior de Excavaciones y del Consejo de Administración del Canal de Isabel II. Su actividad política representó siempre un reflejo de su pensamiento científico; como político, llevó a cabo importantes desarrollos legislativos en el terreno de la higiene y de la sanidad e impulsó un sistema de salud pública periférico basado en instituciones de carácter municipal, que recibió alabanzas en muchos países europeos.

Además de a la Española, Gimeno perteneció a la Academia de Medicina, que llegó a dirigir, y fue miembro de la de Bellas Artes desde 1916. Los discursos que pronunció en las academias, ateneos y otros foros de debate social y científico abarcaron cuestiones tan diversas como La universalidad del conocimiento médico (Valencia, 1886), El dolor (Valencia, 1886), La Universidad española (Barcelona, 1902), La lucha contra la vejez (Madrid, 1910) o las Imperfecciones y defectos del organismo humano (Madrid, 1922). Autor prolífico, publicó también algunos trabajos literarios de divulgación científica, como la obra titulada Un habitante de la sangre (Valencia, 1881).

Amalio Gimeno, que había escrito La lucha contra la vejez (1910), sucumbió a ella y murió en Madrid en plena Guerra Civil, el 9 de septiembre de 1936, a los 84 años.

El médico, que fue retratado por su amigo Joaquín Sorolla en 1918, posa sentado con la mirada fija en el espectador y las manos entrelazadas; y en sus negros ojos revolotean ya las palabras que más tarde pronunciaría en su discurso de ingreso en la RAE, en 1927:

«La palabra es un espejo donde se refleja el pensamiento para que él mismo se contemple, antes de que, cuando el cristal gire, puedan verlo los de fuera. Lo que hay que desear es que el espejo no afee la imagen, como esos espejos curvos que la deforman, o que, aun siendo el espejo fiel, el pensamiento no ande torpe al trazarla. La retórica no tendrá la culpa, sino el cerebro, que no supo utilizarla» (La metáfora y el símil en la literatura científica, p. 31).

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