Antonio Alcalá Galiano

Retrato de Antonio Alcalá Galiano grabado por José Gómez entre 1842 y 1867. © Biblioteca Nacional de España

letra f

Toma de Posesión

25 de Febrero de 1847

Fallecimiento

10 de Abril de 1865

Antonio Alcalá Galiano

Académico de número

Cádiz, 1789-Madrid, 1865

El 25 de febrero de 1847 ocupaba su asiento en la RAE el escritor, político y jurista Antonio Alcalá Galiano, que había sido admitido como honorario cuatro años antes, el 21 de diciembre de 1843.

Nacido en Cádiz el 22 de junio de 1789, Alcalá Galiano era hijo del marino Dionisio Alcalá Galiano, que murió en la batalla de Trafalgar. El pequeño Antonio quiso ser marino, como su padre, pero pronto comenzó a sobresalir por sus dotes literarias. En 1812 fue nombrado agregado de la embajada española en Londres y en 1813 de la de Suecia. Aficionado a las tertulias literarias en la madrileña taberna de la Fontana de Oro, Alcalá Galiano fue ganando fama de orador. El propio Pérez Galdós escribió sobre él en la obra que lleva el mismo título que la tertulia, La Fontana de Oro (1870): «de cabeza grande y modales desenvueltos y francos. Tenía el rostro bastante grueso y la cabeza poblada de encrespados cabellos. Su boca era grande y muy toscos los labios [...] había una clara expresión de noble atrevimiento y en su mirada profunda...» (Editorial Austral, 1951, p. 25).

Alcalá Galiano estuvo siempre vinculado a la política; publicó numerosos libros y opúsculos políticos y, en 1820, intervino a favor del alzamiento de Riego –a quien ayudó con la redacción de una proclama para arengar a las tropas­– y de la instauración del Trienio Liberal. En 1823 fue el ideólogo e impulsor de la declaración de incapacidad de Fernando VII, a fin de conducirle desde Sevilla a Cádiz. En aquella invalidación participó, también, el médico y académico Mateo Seoane, que corrió la misma suerte que Alcalá Galiano; ambos fueron condenados a muerte por el rey y expulsados de España, y ambos se exiliaron en Inglaterra durante once años (1823-1834).

En Londres, Alcalá Galiano desarrolló una frenética actividad; fue catedrático de Lengua y Literatura Españolas en la Universidad de Londres, se ocupó de la educación de los hijos de los emigrados y creó un Ateneo español. Además, colaboró en las publicaciones Westminster Review, Foreign Quaterly Review, The Metropolitan, The Athenaeum y The Times. En 1830 se trasladó a París y en 1834 volvió a España, un año después de la muerte de Fernando VII (1833). En España ocupó, desde entonces, numerosos cargos políticos relevantes; fue catedrático de Derecho Constitucional en el Ateneo de Madrid, diputado a Cortes por Cádiz en 1837, ministro plenipotenciario en Lisboa de 1851 a 1854, embajador en Turín en 1858 y ministro de Fomento con Narváez desde 1864 hasta su repentina muerte en pleno consejo de ministros, en abril de 1865.

Además de a la RAE, Alcalá Galiano perteneció a la Real Academia de la Historia desde 1864 y a la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que fue uno de los miembros fundadores en 1857. En la RAE, aparte del encargo de alguna disquisición por su gran valía como divagador, contestó, entre otros, al discurso de ingreso de su sobrino, el escritor Juan Valera (1862).

La compleja vida del académico, «saturada de posturas encontradas, en una sociedad contradictoria e inestable, puede seguirse con relativa claridad en las obras del propio Alcalá Galiano» (La Real Academia Española, p. 262). Además de una copiosa producción de folletos, notas y artículos de contenido político, Alcalá Galiano escribió libros sobre historia, como los tomos VI y VII de los 7 volúmenes de Historia de España desde los tiempos primitivos hasta la mayoría de la reina doña Isabel II (con aportaciones de Donoso Cortés y Martínez de la Rosa). Escribió, también, las obras autobiográficas Recuerdos de un anciano, 1878 y Memorias de Alcalá Galiano, publicadas por su hijo (1886, 2 volúmenes).

Antonio Alcalá Galiano, el gran orador de modales desenvueltos, murió en Madrid el 10 de abril de 1865, durante una acalorada discusión con el académico y ministro de Gobernación Luis González Bravo con motivo de los disturbios que se habían producido la noche anterior, la llamada Noche de San Daniel. De pronto, Alcalá Galiano sufrió un ataque de apoplejía y murió en el acto. Aquella muerte súbita, sumada al hecho de que, a pesar de haber servido a su país «en puestos de brillo luchador e intelectual durante tantos largos años», Alcalá Galiano moría siendo pobre, «modelaron la visión romántica, exaltada y patética que retrataba a Alcalá Galiano, y que le habría llenado de sano orgullo» (Alonso Zamora, La Real Academia Española, 1999, p. 263).

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