Emilio García Gómez

Emilio García Gómez

letra V

Toma de Posesión

22 de Noviembre de 1945

Fallecimiento

31 de Mayo de 1995

Cargo

Censor
Primer vocal adjunto

Emilio García Gómez

Académico de número

Madrid, 1905-1995

El 22 de noviembre de 1945 ocupaba su sillón en la RAE el arabista Emilio García Gómez con el discurso titulado Un eclipse de la poesía en Sevilla: la época almorávide. El académico Ángel González Palencia, también arabista, le dio la bienvenida a la institución: «Todo el mundo culto español lee hoy a los poetas árabes a través de las versiones de García Gómez.Él ha puesto de relieve el valor estético de estas difíciles composiciones, encuadrándolas justamente dentro del ámbito de la cultura que las produjo» (p. 91).

Nacido en Madrid el 4 de junio de 1905, García Gómez se licenció en Derecho y Letras por la Universidad de Madrid; fue Premio Extraordinario de Licenciatura y Premio Rivadeneyra (1924-1925). En 1926 se doctoró en Letras y comenzó a trabajar como profesor auxiliar en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Madrid. Discípulo del arabista y académico Miguel Asín Palacios, García Gómez fue pensionado a Egipto y Siria en 1927 por la Junta para Ampliación de Estudios, gracias a la generosidad del duque de Alba. El magnate egipcio Ahmed Zéki Pachá, amigo de su maestro Asín Palacios, lo acogió con cariño y le regaló el códice árabe del siglo xiii Libro de las banderas de los campeones de Ibn Sa‘īd de Alcalá la Real —que el joven traduciría posteriormente—. García Gómez asistió asiduamente a la velada literaria que el magnate organizaba en su casa a orillas del Nilo, muy próxima a las pirámides.

A su vuelta a España, fascinado por su estancia a orillas del Nilo y con el códice árabe en su haber, obtuvo la cátedra vacante de Lengua Árabe en la Universidad de Granada en 1930. Carismático y enamorado de su profesión docente —tal y como cuenta González Palencia en la contestación al discurso de ingreso del arabista en la RAE—, García Gómez fue uno de los maestros que más efecto produjeron en sus alumnos y que, con sus enormes dotes, los atrajo hacia el complejo mundo de los estudios arabistas.

Durante aquellos años de actividad frenética compaginó sus clases universitarias con la creación de las Escuelas de Estudios Árabes de Madrid y Granada y de la prestigiosa revista Al-Andalus, que codirigió primero con Asín Palacios, desde 1933, y después en solitario, desde 1944 hasta la publicación del último número en 1978.

El 7 de enero de 1936 se trasladó a Madrid y ocupó la cátedra de Lengua Arábiga de la Universidad de Madrid que había pertenecido a su maestro, Asín Palacios. Se mantuvo en la cátedra hasta su jubilación en 1975, aunque tuvo que interrumpirla en tres ocasiones; durante la Guerra Civil (1936-1939), durante una breve sanción académica en febrero de 1946 y durante los once años en que fue destinado como embajador de España en Irak, Líbano y Turquía (1958-1969). En 1936 se incorporó, también, a la Escuela Madrileña de Estudios Árabes que él mismo había fundado.

Con singular maestría, García Gómez, que había tocado todos los palos del arabismo, llevó a cabo una extraordinaria labor editorial; tradujo numerosas y complejas árabes y publicó minuciosos artículos reveladores para los estudiosos arabistas y para el entendimiento de la cultura arabigoespañola; caben mencionar, entre otras, las obras  Poemas arabigoandaluces (1930), Antología árabe para principiantes (1944), Nuevas escenas andaluzas (1948), Las jarchas romances de la serie árabe en su marco (1965) o Todo Ben-Quzmán (1972).

Además de a la RAE, García Gómez perteneció a la Real Academia de la Historia (RAH) desde 1942 y fue director desde 1989 hasta su muerte, en 1995. Ocupó también el cargo de censor de la Real Academia Española desde 1969 hasta 1977.

El ilustre y entusiasta arabista murió en Madrid el 31 de mayo de 1995, a punto de cumplir los noventa años. Su compañero González Palencia leyó, en el discurso de ingreso del arabista a la RAE, uno de los preciosos poemas del poeta árabe Ali b. Hisn —dedicado a un pichón— que García Gómez había traducido al español con indudable maestría y delicadeza:

«Reclinábase en la rama del arak como en un trono, escondiendo la garganta en el repliegue del ala.  

Mas, al ver correr mis lágrimas, le asustó mi llanto, e, irguiéndose sobre la verde rama,

desplegó sus alas y las batió en su vuelo, llevándose mi corazón. ¿Adónde? No lo sé»

(Un eclipse de la poesía en Sevilla: la época almorávide, 1945, p. 86).

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