Francisco Patricio Berguizas

Imagen Francisco Patricio Berguizas

letra I

Toma de Posesión

1 de Enero de 1801

Fallecimiento

15 de Octubre de 1810

Francisco Patricio Berguizas

Académico de número

Valle de Matamoros, Badajoz, 1759–Cádiz, 15 de octubre de 1810

Solicitó su admisión a la Real Academia Española en febrero de 1799, lo que logró el 5 de marzo del mismo año, pasando a ser honorario con un discurso de gratitud, breve y conciso: palabras de ensalzamiento de la lengua; recuerdo encendido del fundador, marqués de Villena; elogio del marqués de Santa Cruz, José Bazán de Silva, director de la Academia por esos días, y cita de ilustres escritores del pasado. En 1799 pasó a supernumerario, y de número lo fue en 1801, ocupando la silla I, en la que antes se había sentado Gaspar de Montoya.

Presbítero, teólogo, políglota, traductor, helenista y hebraísta, Francisco Patricio Berguizas fue un sacerdote de vida silenciosa y recatada y gran conocedor de las lenguas clásicas. Se cree que nació en el Valle de Santa Ana (Badajoz) en 1748. Su formación debió de ser la acostumbrada entre los aspirantes a clérigos. De su conocimiento de las lenguas clásicas ha llegado a nosotros la fama de su traducción de Píndaro (3 volúmenes, en verso castellano, 1798). Como certifica J. Cañas Murillo en uno de los escasos trabajos sobre Berguizas, este no compuso ningún texto original y su labor como escritor quedó reducida a las traducciones de autores hebreos, griegos y latinos, las cuales, no obstante, son muy valoradas por parte de la crítica actual.

Trabajó en la Biblioteca Real, prosperando escalón a escalón hasta conseguir ser nombrado bibliotecario (1789-1797), si bien en varios de esos grados se ve la mano de Pérez Bayer, quien seguramente algo influiría en esta situación de Berguizas y su nombramiento de bibliotecario. Asimismo, es destacable su amistad con Santa Cruz, que debió de ser profunda: Berguizas escribió y leyó la Oración funeral en las exequias del marqués, muerto el 2 de febrero de 1802.

En 1809 Berguizas se traslada a Sevilla, con la Junta Central. Molins nos dice que fue canónigo de esa ciudad. Finalmente, su figura se desvanece en el caos de la alteración total de la vida con la invasión francesa. Murió en Cádiz el 15 de octubre de 1810 y con su desaparición se abre a la silla I el paisaje del siglo xix, con sus luchas políticas, dinásticas, sociales y, sobre todo, su concepción diferente de la tarea intelectual. Buen ejemplo es el sucesor de Berguizas: Diego Clemencín y Viñas.

En cuanto a su obra, «se debería evitar el prejuicio de abordar sus méritos con una mentalidad actual, con los parámetros con los que se juzgan las modernas traducciones filológicas», afirma Josep Antoni Clúa Serena, en un estudio sobre Berguizas publicado en la Real Academia de Historia (RAH). De hecho, el propio Berguizas explicó, en el prólogo de las Obras poéticas de Píndaro en metro castellano con el texto griego y notas críticas, la esencia y sustancia de su traducción: «La traducción presente fue producción prematura del anhelo y ansia con que en edad menos madura y ocupada me entregué a la lectura y observación de los autores latinos, griegos y hebreos. Siguiendo la máxima de Tulio, ejercitaba el estilo traduciendo de unos a otros lo que más hería y avivaba mi curiosidad y gusto, o era más conforme y análogo a mi genio. Así me hallé insensiblemente con la traducción hecha de los Profetas menores, los trenos de Jeremías, varios cánticos y salmos, oraciones de S. Basilio y S. Juan Crisóstomo, de Tulio y Demóstenes, las Odas de Píndaro, varias de Horacio, etc.».

En ese mismo prólogo, Berguizas decía que jamás pensó en dar a la imprenta sus traducciones; sin embargo, finalmente lo hizo, pues vio que varias de ellas fueron editadas anónimamente y, además, consiguieron grandes alabanzas. Fruto de este impulso fue su publicación de las Obras poéticas de Píndaro en 1798. Con ella, Berguizas consiguió el respeto de la crítica y, por consiguiente, encargos académicos y regios. Un año más tarde, en 1799, publicó una traducción del latín al castellano titulada Dios inmortal padeciendo en carne mortal o la Pasión de Cristo ilustrada con doctrinas y reflexiones morales y, en 1802, la Oración fúnebre que en las exequias que celebró la Real Academia Española por el alma del Excmo. Sr. Marqués de Santa Cruz, su difunto Director, el día 29 de marzo de 1802 en la iglesia de los PP. Basilios de esta Corte, dixo Don ~ Doctor en Sagrada Teología, Bibliotecario de S. M., Abreviador de la Nunciatura y Académico de Número de la misma Real Academia. Además, tradujo del hebreo el Cántico de Habacuc.

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