Diccionario histórico de la lengua española

Mili.Nunca durmio en su tienda en esos dias, que los enemigos estuuieron tan cerca: y aun creo que fue por mejor: por que dos cañonaços passaron por ella.

Después, con todo el grueso de su ejército, cercaron a Gradisca con baterías de día, y de noche con minas: con asaltos la procuraron entrar, mas, defendida de los austriacos, después de haber estado sobre ella veinticuatro días sin olvidar diligencia ni estratagema, y habiendo disparado más de nueve mil cañonazos, con pérdida de muchos soldados, valiéndose de la noche, se retiraron ignominiosamente a sus alojamientos.

Entre otras nada eficaces, dixo que nuestro exército constaba de ocho mil hombres solos, los demás estaban heridos en número de más de mil, los enemigos muy fortificados, con un exército que les metía cada día socorro y municiones frescas, por tener puerta ganada; que de la Ciudadela era inmenso el daño que hacían en los quarteles y Ciudad; que en un día sólo tiraron ciento y ochenta cañonazos, con que ni de noche estaban seguros; que ó era preciso desamparar la Ciudad, ó hacer la tregua, para que entretanto llegase el socorro de Nápoles y convaleciese la gente, para proseguir el sitio [...].

Las Cosas de Anglaterra están bien peligrosas. Los Escoceses Rebeldes han tomado la Villa de Newcastle, que se rindió haviendo dentro nueve Mil Hombres, a solos tres Cañonaços.

Si fallecieren en Tierra, se les harán los mismos honores que à los Brigadieres del Exercito; si à bordo con el mando de Esquadra, como à los Gefes de Esquadra subordinados; pero hallandose de Capitanes de Vandera solo se hará una Salva de nueve Cañonazos al tiempo de salir de à bordo, ò de su casa el Cadaver: y lo mismo se practicará quando manden qualquiera Vagél, subordinados a Oficial General; arriando además el Gallardete y Vandera à media Hasta, desde que fallezcan hasta que se les dé sepultura.

La presa inglesa, o, por mejor decir, el correo Quirós, represado por los ingleses, sale; no puede maniobrar por falta de gente; pide socorro con varios cañonazos. Salta el nordeste y corre afuera. Va mal; lleva sólo cinco ingleses, y entre ellos dos solos marineros, y van tres franceses que pueden levantárseles.

— Mire usted —contestó el general como hombre resuelto—, mande usted que le tiren un cañonazo; veremos cómo lo toma.

— ¿Un cañonazo, mi general? —dijo el edecán—. Están muy lejos aún.

— No importa; un cañonazo he dicho —repuso el general.

— Pues aún falta lo mejor —continuó Rafael fijando sus miradas en una linda joven que estaba al lado de la marquesa viéndola jugar—. Sir John está enamorado perdido de mi prima Rita y la ha pedido. Rita, que no sabe absolutamente cómo se pronuncia el monosílabo sí, le ha dado un no pelado y recio como un cañonazo.

— Si mi padre ha muerto, aun vivo yo, sobre esos perros, camaradas: la sangre de vuestro comandante os pide venganza.

— Avante, avante, gritó Francisco Estévan, con voz de trueno! ¡al abordage!

Salían al mar los navíos ordinarios, empezaba la pelea, y a lo mejor cátate que aparecen en las aguas del combate dos o tres de esos monstruos de hierro, vomitando humo y marchando acá o allá sin hacer caso del viento; se meten por donde quieren, hacen astillas con el empuje de su afilada proa a los barcos contrarios, y con un par de cañonazos..., figúrese usted, todo se acababa en un cuarto de hora.

Sotileza, en el calor del hondísimo disgusto que la produjo la llegada súbita de Andrés, desalentado, confuso y balbuciente, señal de lo descabellado de su resolución, atenta sólo a reprocharle con palabras duras su temerario proceder, no oyó el poquísimo ruido que hizo la puerta de la bodega al ser cerrada por Carpia; o le atribuyó, si llegó a fijarse en él, a causas bien diferentes de la verdadera; y por lo que toca a Andrés, ni un cañonazo le hubiera distraído del aturdimiento en que le puso la resuelta actitud de Sotileza.

¿A ver, a ver: qué se traen esos señoritos que te escupen tanto? Tengo ganas de que te fijes en lo que se traen. ¿No sabes lo de Solano? ¿De veras no lo sabes, hijo? Con tus marquesas, no vives en el mundo. Pues ha dado una batalla para que le admitiesen una locura enorme (dice Ruiz Agudo que no es locura, sino tontería) que tiene embotellada hace meses. El hombre quería disparar un cañonazo. Te diré que puso toda la carne en el asador: el cuadro —yo lo he visto— es... ¡descomunal!

Veníase encima, mientras tanto, la flota turca a toda vela, impulsada por un viento favorable, espantosa, imponente, y veíasela ya a media milla de la línea de las galeazas y sólo a otra milla más de la línea de batalla de los cristianos. Don Juan no quiso esperar más: santiguose humildemente y mandó disparar en la real el cañonazo de desafío y enarbolar en la popa el estandarte azul de la Liga, que se desarrolló majestuosamente como un pedazo de cielo sobre el cual se destacase la imagen del Crucificado.

Él creía que los productos hortelanos que le llegaban del Levante español, no podrían jamás alcanzar otras posibilidades que las meras del canje por libras esterlinas, y que el arte nuevo no significaba absolutamente nada en la vida seria, ni mucho menos en el serio comercio. Los primeros cañonazos del Marne no despertaron de su estupidez a míster Arturo.

[...] el machete se irguió con la rapidez del deseo y cayó sobre las nucas y los cráneos, batidos, pegajosos de sudor y sangre, de los hombres de la División del Norte;el pecho inundado de calor, la verga erecta, las piernas tensas sobre el lomo del caballo, los dientes hundidos en la rienda, Robles blandía, disparaba, ajeno a los cañonazos villistas, a los gemidos últimos en que la voz permanecía una vez muerto el cuerpo y cantaba una despedida por nadie escuchada ni sentida vacíos, los odres de la infantería villista crujían bajo las herraduras del caballo de Robles frente a él, sólo espaldas en fuga caracoleando, regresó al campamento que pulsaba en clarinadas y el nuevo olor de los braseros que comenzaban a levantarse, señal definitiva de la victoria [...].

Hace bien rezar.

— ¿Pero, a quién? —lo apura Alfaro.

— En general. A Dios... a la Virgen. No importa a quién.

Alfaro tiene los ojos brillantes:

— A San Judas Tadeo, ¿no?

— No —dice Cabrera—. A San Judas, no.

— ¿Y a San Cayetano?

— Tampoco; no es para estos casos.

Cabrera finalmente se ha arrancado la costra de la cicatriz, se la toquetea con prudencia y se contempla esa raya brillante y pulposa.

— Y cuando hay peligro de cañonazos —continúa Alfaro—. ¿Quién sirve?

— Santa...

Alguno de la vieja camarilla le hablaba de los honores que recibiría en el viaje y de los placeres que iba a disfrutar. "Lo van a recibir como un rey. Veintiún cañonazos, tropas de parada, embajadores."

— Vamos. Estoy ansioso por verlo de nuevo. Lástima que no me mandó la plata, que si no ya tenía comprado el arsenal y lo recibía con una salva de veintiún cañonazos.

De Don Rodrigo

— ¡Ah, de abajo! —decía—, ¿qué tremolina es ésta? ¿Qué locura se os ha metido en los cascos? ¿Así se profana el alcázar de mi hermano? ¿Estamos en algún bodegón? Canalla soez, ¿qué es esto?

[...] y persuadiéndose los bárbaros que los españoles eran socorridos de algún brazo fuerte máxime habiendo experimentado que sus flechas rechazaban de la cruz sobre ellos; intentaron pegarla fuego hasta 3 veces cercándola de leña; y viendo que no sólo no se quemaba sino que de ella salían rayos al oir un estruendo como de cañonazo huyeron todos quedando algunos pidiendo la paz: fueron traídos á la población los caciques llamados Mbyraty, Guaráy Mondyrayú, los cuales juntaron sus gentes y después de algún tiempo fueron llevados diez leguas de aquí Paraná arriba al pago llamado Yaguary, donde juntos con otros que allí habitaban se les formó su primera reducción.

— ¡No importa!... ¡otro cañonazo!... sí: no tengo duda, es la culebrina de bronce del Pashala que habla. ¡Oh! ¡yo oigo desde muy lejos la voz afligida de mis hijos!... Esos cañonazos aislados son señales que nos hace el Pashapara que sepamos que lo persiguen.

Manuela se inmutó visiblemente. No era la causa política, era la vida de su padre lo que inspiró un cúmulo de sentimientos penosos en su corazón.

Carmen llegó con el mate y me sacó de la meditación retrospectiva en que estaba.

Era una descarga eléctrica, un trueno seco.

Zéphirah se estrechaba temblando contra su pecho.

— ¡Sálvame, sálvame! exclamó Zéphirah.

Tres sacudidas sintió Verónica en su corazón; tres sacudidas que le produjeron en los oídos como tres cañonazos, y en seguida se le cubrió la cara de un color más encendido que el del paraguas de su padre. Jamás se había visto en otra el pálido semblante de la solariega.

Y don Panchito hace un gesto escandalizado.

— ¡A la pucha! —exclaman los dos a un tiempo, y se apresuran a montar a caballo.

— ¿Se te frunce? —dice Cirulli acariciando el fusil.

— ¿El qué? —parpadea Montero.

— El culo.

— Cuando empiecen los cañonazos de los barcos. Eso sí que va a ser bárbaro: como una tormenta.

— Má que tormenta —Cirulli cortajea el aire con una mano—. ¿Dónde viste una tormenta así?

Cuando la noticia llegó al mostrador, López, que estaba ya agonizante, tiró otra botella. Doña Rosa se volvió, con silla y todo. Su voz retumbó como un cañonazo.

– No, doctor. Son truenos.

– ¡Ah!

Nemesio Cabra Gómez no necesitó más datos para deducir que su situación no era la deseada. Dio media vuelta, abrió la puerta y apretó a correr. El hombre de la zamarra y la boina salió tras él.

—¡Nemesio! —aulló con un vozarrón que parecía un cañonazo—. ¡Nemesio, no escapes!

Solemne, lento, sonó el primer disparo desde la capitana turca. Se oyó otro cañonazo y simultáneamente se vio desgajarse y caer al mar uno de los tres fanales de la Sultana. La flota cristiana estalló en un clamor de júbilo.