Diccionario histórico de la lengua española

Algunas varas déstas van silbando en el aire, a causa que les hacen, cerca del extremo, cierta oquedad o poma redonda, e por la oquedad de aquélla e agujeros que tienen, así como la echan y es tocada del aire, así va luego por lo alto, con ruido, silbando. Y estas tales que silban, usan dellas en las fiestas, cuando bracean por gentileza, e no en la guerra, porque las tales, con aquel sonido o silbato avisan al enemigo, e cuando en la guerra, de un real a otro las tiran, o de noche, es como en caso de menosprecio de los contrarios.

Una corneta de latón, cubierta de cuero con correas de cuero bayo, con dos traillas de cerdas, la una negra y la otra blanca y negra; con un silbato de cuerno negro con una cinta de seda negra, que fué del Emperador, nuestro señor. Tasada en doce reales.

Y por esta razón Servio Tulio puso en las monedas que hizo un buey arando y una oveja con su cría, para dar a entender que a estas dos cosas se reducen las riquezas naturales: y los que no se inclinaren a ellas, si se quitaren los juros, seguirán el comercio y las artes, con que se excusaría el traer de otras provincias tanta infinidad de impertinentes bujerías: de que pondera Ribardo Pirche, que sacándose de España lanas, vino, aceite, oro y plata, con otros frutos de valor intrínseco, se traen a ella anjeos, hilo, espejuelos, alfileres, tinteros, cuentas de vidrio, trompas de París, flautas, silbatos y muñecas, con otras mil impertinencias, que despreciaran las más bárbaras naciones de Etiopía.

(Saca un muñeco.)

Decia que desde niño le habian hecho tímido y desconfiado para soltar dinero; y que teniendo como cinco años, fué á comprar un silbato en la plazuela de Santo Domingo; le pidieron por él un ochavo, y él respondió que no lo queria porque era caro, y le dijo el vendedor: «Pues, maldito, ¿cuánto quieres dar!»Estas mezquindades parecen incompatibles con sus despilfarres en las casas de Madrid y en la de Pastrana, etc., etc.

Mosén Pierres dejó pasar los amigos del mariscal, repitiéndoles la orden de alcanzarle inmediatamente; y cuando todos hubieron desaparecido, sacó un silbato, y haciendo una señal se vio rodeado de caballeros armados de punta en blanco.

Los tubos acústicos son, como su nombre lo indica, verdaderos tubos, generalmente de goma, que van desde una habitacion á otra: en ambos extremos terminan por boquillas de madera, provista cada una de un tapon, que al propio tiempo es un silbato. Basta quitar el tapon del extremo inferior y soplar para que el aire haga silbar el tapon del extremo superior; entónces acude una persona á este extremo, quita el tapon y aplica el oido para escuchar lo que otra persona dice aplicando la boca al extremo inferior.

En el desierto Paseo reverberaba el sol; dañaba a la vista con su feroz incendio de quintas, bancos y estatuas; la catedral envió muy desvanecido su repique de las 3 de la tarde; y a cada diez minutos cruzaba sin pasajeros el tranvía, en un lado las ventanas abiertas, en el otro las persianas corridas, jadeante la mula, y cochero y conductor sentados en los estribos delanteros. El vecino paradero en construcción era el único que no paraba, en el que trabajaban sin cesar campanas y silbatos.

Dijo también Pili que, por las tardes, cuando hacía bueno, se sentaba con la mujer artificial allí a la mesa del pradito, y él, como se pasaba las horas con el solitario de cartas, le solía decir a ella: «Adelaida, ¿pongo el caballo sobre el rey para sacar el dos?», y cosa así. Le cantaba también una canción que había hecho él, letra y música, y Pili la sabe: «Adelaidita, mi mente amorosa — sueñe contigo su dulce soñar.»Luego, si salía un poco frío y humedad, como en otoño, por las tardes, llamaba con la campanilla o, si estaban muy lejos, con el silbato y gritaba: «¡Venancio! ¡Venancio! ¿Qué hace usted? Traiga el chal ya, que puede resfriarse la señora.»

En Hamburgo habíais visitado, hasta agotarlos, los bares de Reeperbahn y St. Paoli (el Rattenkeller, el Katakombe, el Rote Katze, el Mustapha, el Venus) y en Brujas presenciasteis una escena insólita (¿recuerdas Dolores?): severos niños flamencos, que parecían surgir de algún retablo barroco, habían organizado una carrera de abuelas y asistían, impasibles, a los meritorios esfuerzos de media docena de viejecitas que, obedientes al silbato del árbitro, daban vueltas y vueltas, sonrientes y dóciles, alrededor de un laguito artificial con nenúfares.

Todos se habían ido. Hasta el propio Baco Alfombra. En Babelandia, capital de Babelandia, se extendía un gran silencio. Parecía que hasta los automóviles tenían miedo de circular a lo largo de las calles. Sólo de tarde en tarde, se escuchaba el ronroneo gangoso de algún ómnibus. O el silbato de un sereno inconsciente del peligro. En el Palacio, dentro del marco casi mudo del ambiente, crecían las monótonas pisadas de los centinelas y el susurro de las fuentes.

Suena cerca un silbato. En la posición entran tres soldados y ellos retroceden y se unen a un grupo de la misma brigada. En la penumbra apenas se ven las caras, no se conocen. Tosen, se cierran los capotes y las bufandas en el cuello, encienden cigarrillos. Un oficial con la cabeza vendada les quiere hablar, tartamudea palabras que ninguno entiende.

Entretanto, no nos aburriríamos. A bordo de cada chalupa tenemos latas de alimentos concentrados, agua y substancias químicas para desalar el agua de mar. Hay una cajita con material de pesca, una pistola para disparar cohetes, una brújula, un ancla, un espejo para señales, una lamparita eléctrica a prueba de agua, un silbato...

— ¿Un silbato?

— Sí. Pero hay mucho más. Un mástil, una vela, tres remos, mosquiteros para la cabeza, un cuchillo, algunos pomitos de crema antisolar. Algo sagrado: la Biblia. Algo profano: una baraja de naipes impermeables. Y una soga de doce metros.

Es útil para darse a conocer desde lejos o comunicarse en la niebla o por la noche por medio de un simple código de señales sonoras. Pero no hay que abusar de él porque puede alarmar a conocidos o no conocidos que estén en un amplio radio de varios kilómetros.